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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: La Guérison des 5 blessures
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788417030889
Editorial: EDITORIAL SIRIO
Este libro se adentra en las cinco heridas que tenemos todos los seres humanos. Lise Bourbeau plantea una forma de conocer en profundidad los momentos en los que estas se presentan en nuestra vida y cómo trabajar para sanarlas progresivamente.
Todos venimos al mundo con heridas que tenemos que aceptar. Se han ido desarrollando a lo largo de las numerosas reencarnaciones y, en función de cuál sea nuestro plan de vida, algunas nos harán sufrir más que otras.
Nuestra alma sufre de forma distinta según las heridas que estén activadas. Por ello, es necesario conocer cuál de ellas se encuentra activa en nosotros para poder comenzar a hacer algo al respecto.
Esta herida puede surgir desde la concepción hasta el año de vida. El niño se siente rechazado por el padre del mismo sexo y no cree en su derecho a existir. Usa su máscara de huidizo porque su gran miedo es el pánico.
Algunos de los comportamientos más comunes son creer que no vale nada o que vale poco. Se siente constantemente insatisfecho por lo que es y se considera una nulidad.
Esta herida puede surgir entre el primer año de vida y los tres años, con el padre del sexo opuesto.
Es un niño que ha sufrido al no sentirse apoyado por el padre del sexo opuesto con una conexión de amor-afecto. Le ha faltado afecto o ha recibido un cariño frío o distinto de lo que él esperaba, y su gran miedo es la soledad.
Algunos de los comportamientos más comunes son las dificultades para manejarse por sí mismo y el terror a la soledad. Busca la presencia ajena y la atención. Necesita ser permanentemente apoyado en su entorno, y sufre con frecuencia de una tristeza profunda, estando solo o en compañía.
Aparece entre el primer año de vida y los tres años, con el padre que reprimía toda clase de placer físico. Esta herida puede haberse vivido con uno de los padres, aquel que se ocupaba del desarrollo físico y sexual del niño, o con los dos.
La persona tiene alma de misionero, normalmente cree en Dios y lo toma de juez, y necesita ser digno de ser su hijo. No quiere reconocer ni su sensualidad ni su amor por los placeres asociados a los sentidos.
Suele tener historias relacionadas con la sexualidad en su infancia o adolescencia.
Esta herida se representa entre los dos y los cuatro años de edad, con el padre del sexo opuesto. Es un niño decepcionado que ha sufrido por no haber sido colmada su necesidad de atención por parte del padre del sexo opuesto.
Algunos de los comportamientos más comunes es hacer de todo por convencer a los demás de que tiene una fuerte personalidad. Usa sus cualidades de jefe para imponer su voluntad. Hace sus mayores esfuerzos para que lo consideren una persona responsable y busca mostrarse independiente para no revelar su miedo a la separación.
Esta herida se representa entre los cuatro y los seis años de edad, con el padre del mismo sexo.
Son niños que han sufrido la frialdad del padre del mismo sexo, ante quien no han sabido expresarse ni ser ellos mismos.
Reacciona poniendo límites a su sensibilidad. Quiere mostrarse vivo y dinámico aunque esté agotado. Raramente admite que tiene problemas o que algo le molesta. Si admite un problema, inmediatamente añadirá que no es para tanto, y que se las arreglará él solo.
El ego empezó a manifestarse cuando el ser humano desarrolló su energía mental, hace millones de años. No puede verse a sí mismo y no puede hacerse una idea de lo que sucede en realidad.
El ego se alimenta de nuestra energía mental para sobrevivir y busca constantemente paralizar el progreso, rechazando el cambio como sea.
El ego, por lo tanto, se refiere a todas las creencias y métodos usados para interferir en la vida diaria, y a todo aquello que nos impide ser nosotros mismos.
Cada vez que exageramos, es el “MI” o el “YO” buscando ser reconocido una vez más.
Es el que provoca que nos pongamos a la defensiva cuando nos critican, el que nos hace criticar, el que juzga y proyecta en los demás.
Es el que rige cada momento de nuestra vida y el que genera el 90% de los conflictos que tenemos con las personas que conviven con nosotros.
¿Qué hacer para reducir el poder del ego? Lo primero es aceptarlo y no culparnos por haberlo creado. Debemos tener en cuenta que, hasta ahora, el ser humano ha creído que el ego constituía la mejor manera de protegerse contra el sufrimiento.
Si tenemos una actitud de aceptación, el ego no se sentirá acusado, más bien sentirá que estamos agradecidos por “la ayuda” que nos prestó en el pasado.
Cuanta menos relevancia tenga el ego en tu vida, más recordarás la importancia de aceptarlo todo.
Recuerda que las heridas provocan sufrimiento y lo que el ego trata de evitarlo. Al quitarle poder poco a poco, las heridas surgen y es entonces cuando nos da miedo seguir adelante y cuando más empeño se debe poner para continuar.
Aceptar las heridas es la única manera en que podemos trabajar en ellas y sanar.
Estas heridas tienen un vínculo entre ellas, ambas fueron activadas por el padre del mismo sexo al sufrir rechazo o indiferencia.
Cuando la herida de injusticia se activa y se hace notar en el comportamiento de la persona, no significa que no esté también sufriendo de rechazo. Detrás de la herida de injusticia siempre está la herida de rechazo.
Si recordamos que el ego hace todo lo posible por demostrarse y demostrar a los demás que existe, la herida del rechazo es la peor de todas. Es la que le hace ver que no tiene derecho de existir.
La herida fundamental del ego es el rechazo, y todas las demás son acompañadas y reforzadas por ella.
El dolor asociado a esta herida empuja al odio hacia sí mismo y hacia el padre del mismo sexo, pues primero hay que sentir mucho amor para después odiar a alguien.
Cuanto más odio siente una persona, más fuerte es el dolor producido por la herida de rechazo.
Te rechazas a ti mismo con idéntica fuerza con que rechazas a los demás y con que te sientes rechazado por los demás.
Un consejo es aprender a reconocer cuando el ego obra y agradecerle lo que hace, pero empezar a tomar tú las riendas. Con la práctica diaria, desarrollarás el reflejo de dialogar con tu ego.
Al igual que las heridas anteriores, estas dos también están ligadas una con la otra. Ambas son activadas a la misma edad por el padre del sexo opuesto.
La mayor dificultad para las personas que sufren estas heridas es que sus egos les hacen creer que nunca reciben suficiente atención y afecto.
No importa los medios que utilicen para lograr su cometido, las personas que tienen activadas estas heridas están convencidas de que pueden y deben recibir más atención.
Se aman tan poco a sí mismas que no dejan de buscar pruebas de amor por parte de los demás. Asimismo, procuran por todos los medios retener a las personas por temor al abandono, o buscan agradar a toda costa aunque dejen de ser ellos mismos por miedo al rechazo.
La forma de abordar este problema es siendo capaces de expresar lo que pensamos y sentimos mientras estamos atentos a los sentimientos del otro, responsabilizándonos de nuestros miedos y de nuestros deseos.
La herida de humillación es la única que no padecemos todos. Esta herida se experimenta con uno mismo.
Lo más importante para las personas que padecen esta herida es su relación con Dios. Son personas muy espirituales que quieren ser dignas. Tienen la sensación de que Él las observa constantemente. Se sienten vigiladas, hagan lo que hagan o piensen lo que piensen.
Es por ello que se castigan constantemente, lo que las convierte en personas masoquistas. Su miedo más grande es a ser libre, y hace todo lo posible por estar ocupado ayudando a sus seres queridos.
Las personas que sufren esta herida aparentan ser en general humildes y discretos, pero esconden muy bien su lado orgulloso y su complejo de superioridad.
Dan la impresión de que tratan a los demás como si fueran niños, queriendo hacerlo todo por ellos.
Esta es una de las heridas más difíciles de aceptar, porque implica hacerse cargo de aquello que nos hizo sentir muy mal en su momento.
Es necesario no dejar que el ego actúe para poder comenzar con la sanación y no confundir el sentirse humillado con la situación en sí que trata esta herida.
Lo primero que se tiene que hacer para saber qué herida está activa es reconocer el ego. Ya hemos visto cómo se manifiesta, queda aprender a identificar y darle menos poder del que ya tiene en nuestras vidas.
Lo segundo es descubrir tus emociones para saber qué es lo que sientes en determinadas situaciones. Es imprescindible aprender a conocer lo que sentimos para así hacerles frente a las máscaras que nos ponemos.
Mientras no nos hagamos responsables de nuestros problemas, volverán con más y más fuerza, y con formas diferentes de manifestarse.
Todas las enfermedades físicas son un reflejo del dolor causado por las heridas no sanadas del alma.
Si tienes heridas muy dolorosas, deberás hacer acopio de fuerzas para enfrentarlas. Ignoramos que cuanto más reprimimos lo que sentimos, el dolor viene con más fuerza. Con el paso del tiempo, todo acabará manifestándose en miedos obsesivos y grandes problemas de salud.
Tomar la decisión de hacer algo al respecto es el paso más importante. A partir de allí, siempre se encontrarán formas de dirigirnos hacia el objetivo.
Sólo hay una manera de saber si un consejo es o no beneficioso para ti: experimentándolo.
El solo hecho de estar abierto a los consejos ya indica que de verdad quieres vivir nuevas experiencias.
Incluso si no logras los resultados esperados, averigua cuál es la mejor elección según tu corazón. Permanece atento a la primera respuesta que te venga. La intuición siempre es espontánea. Hay que atraparla al vuelo, si no, pasa de largo.
Quizá te preguntes si llegará el día en que ya no tengas ninguna herida. No hay nadie que no la tenga. Que una herida esté curada sólo quiere decir que lo que sientes ya no domina tu vida.
La aceptación solamente es posible si nos hacemos responsables. Ser responsable es admitir que nadie está en tu vida para cumplir tus expectativas, las cuales derivan de tu falta de amor por ti mismo.
Perdónate, no sentirás mejor alivio que comenzar a tratar contigo mismo.
No olvides que mientras estemos vivos, experimentaremos emociones y miedos asociados a nuestras heridas. No te asustes, se trata de aprender a tomar el control de ellas y no permitir que, en cambio, ellas tomen el control.
Ahora solo queda poner en práctica lo que has decidido aplicar a tu vida al final de cada capítulo.
Aprender algo no cambia nada, solo cambiando nuestra actitud y actuando de forma distinta produciremos una transformación.
Mientras no vivas nuevas experiencias, no podrás descubrir lo que es mejor para ti.
¿Qué esperas para transformar tu vida?
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